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Carne de Perro es un proyecto fotográfico que explora las formas en que la violencia sexual, la hipersexualización de la infancia y la pornificación de la sociedad se han naturalizado como parte de la vida contemporánea, transformándose en un dispositivo de poder que actúa a través de las imágenes y las tecnologías.

La figura del perro articula el proyecto conceptualmente como un símbolo alegórico que representa de forma ambigua el poder depredador y la inocencia maleable, en un escenario donde los perros se reproducen y lxs niñxs desaparecen.

“Igual que Nunca” es una investigación sobre el territorio y la identidad colectiva del barrio al que pertenece a mi familia.

Mi abuelo, primer alcalde democrático del municipio, fue una figura clave en la creación de la identidad de este lugar. Aunque él falleció a mis 8 años, quitándome la oportunidad de conocerle en profundidad, el barrio fue testigo de su vida, y sigue siendo un reflejo de su influencia, igual que el barrio influyó en su identidad.

Hoy el barrio enfrenta la amenaza de perder sus características esenciales. La pérdida de identidad del barrio se convierte así en la pérdida de lo que queda de mi abuelo, pues su legado está ligado a este espacio. Este proyecto aborda su estado liminal, se desvanecen tradiciones, espacios y personas definitorias, mientras lucha por encontrar un nuevo rumbo.

Durante décadas, ha existido la sensación de estancamiento: nada cambia, pero nada es igual.

Cuento con imágenes propias generadas (incluidas en el PDF), archivo fotográfico familiar y documentación personal de mi abuelo, pero al haber sido alcalde, concejal, presidente de asociaciones de vecinos… también es documentación de la historial del barrio.

“42” es un proyecto fotográfico en el que se realiza un análisis retrospectivo de la memoria y de la huella profunda que deja la pérdida parental en la infancia. Nace de la necesidad de visibilizar cómo la ausencia temprana de una figura fundamental puede moldear de forma profunda y duradera nuestro desarrollo emocional y social. Las imágenes que componen este trabajo son un reflejo de esas huellas, mostrando cómo la búsqueda constante de la propia identidad se entrelaza con el recuerdo de lo que ya no está, afectando desde la forma en que gestionamos nuestras emociones hasta el modo en que nos relacionamos con el mundo y construimos nuestros vínculos.

“Si un día te encuentro” explora la figura exiliada de mi tatarabuela, importante Espiritista cuyo saber y poder sensible fue borrado de la memoria familiar por considerarla esquizofrénica y libertina.

La entrada al mundo del espíritu, además de cierta muerte y crisis que sirven como llave y portal, también requiere de inconformidad, rabia y valentía. Una insubordinación desde lo individual, dejar de responder a cánones éticos, sociales y estéticos para ocuparse de lo que es innombrable, invisible, y sin embargo lo sostiene todo.

Al encarnar y activar su memoria, estoy buscando contar otra historia, que ella misma me ha pedido en sus apariciones, secreta e íntima, de resiliencia y magia. Activar la desobediencia psíquica y la búsqueda de creencias y formas de vida auténticas que habiliten agencia personal y soberanía como seres espirituales que somos, capaces de desdoblarnos y potenciarnos hacia el infinito.

Históricamente han sido las mujeres quienes poseen una sensibilidad natural para el contacto con lo incorpóreo, moviéndose con facilidad entre reinos y dimensiones. La energía femenina no está restringida por una mente racional, facilitando el contacto con el mundo espiritual y, desde allí, posibilitando la creación de una realidad personal que no se somete a sistemas ni dogmas. He ahí su peligro y motivo de condena.

“17 Metros” explora el lazo emocional que he construido con ese paisaje cercano. A pesar de los cambios urbanos y de su lenta transformación en ciudad, en él mis recuerdos siguen latiendo con nitidez. Mis primeros pasos por la Calle Cóndor, las visitas al mercado junto a mi abuela María o las tardes impregnadas de olor a bizcocho en el Parque de la Alhóndiga han ido trazando, con los años, un mapa afectivo que reaparece cada vez que recorro sus calles.

Este proyecto nace precisamente de esos paseos contemplativos, de un andar lento que me impulsa a atender aquello que solo se revela cuando bajo el ritmo. Las imágenes funcionan como capítulos de un diario que me permiten regresar, a través de la fotografía, a los espacios que me acompañan desde la infancia. En ellos, el presente se mezcla con un pasado que aún reverbera, un tiempo en el que el barrio parecía más pequeño y las relaciones más cercanas.

Los rostros quedan en un segundo plano, dejando que los detalles, gestos y fragmentos de piel cobren protagonismo. Es en esos elementos mínimos donde encuentro la intensidad de lo efímero, aquello que sostiene mi experiencia vital sin hacerse evidente.